TALLER DE POESÍA: POEMAS CORTOS Y DE OBJETOS




                           La soledad del ciudadano (1932) - Herbert Bayer






MANIFIESTO POÉTICO
Por Dylan Thomas
Usted quiere saber por qué y cómo empecé a escribir y qué poetas o tipo de poesía me emocionaron e influyeron en mí.
Para responder a la primera parte de esta pregunta diría en primer lugar quería escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron canciones infantiles, y antes de poder leerlas, me había enamorado de sus palabras, sólo de sus palabras. Lo que las palabras representan, simbolizan o querían decir tenía una importancia secundaria; lo que importa era su sonido cuando las oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo.
Y para mí esas palabras eran como pueden ser para un sordo de nacimiento que ha recuperado milagrosamente el oído, los tañidos de las campanas, los sonidos de instrumentos musicales, los rumores del viento, el mar y la lluvia, el ruido de los carros de lechero, los golpes de los cascos sobre el empedrado, el jugueteo de las ramas contra el vidrio de una ventana. No me importaba lo que decían las palabras, ni tampoco lo que le sucediera a Jack, a Jill, a la Madre Oca y a todos los demás; me importaba las formas sonoras que sus nombres y las palabras que describían sus acciones creaban en mis oídos; me importaba los  colores que las palabras arrojaban a mis ojos. Me doy cuenta de que quizás, mientras repienso todo aquello, estoy idealizando mis reacciones ante las simples y hermosas palabras de esos poemas puros, pero eso es todo lo que honestamente puedo recordar, aunque el tiempo haya podido falsear mi memoria.


Me enamoré inmediatamente -esta es la única expresión que se me ocurre-, y todavía estoy a merced de las palabras, aunque ahora a veces, porque conozco muy bien algo de su conducta, creo que puedo influir levemente en ellas, y hasta he aprendido a dominarlas de vez en cuando, lo que parece gustarles. Inmediatamente empecé a trastabillar detrás de las palabras. Y cuando yo mismo empecé a leer los poemas infantiles, y, más tarde, otros versos y baladas, supe que había descubierto las cosas más importantes que podía existir para mí. Allí estaban, aparentemente inertes, hechas solo de blanco y negro, pero de ellas, de su propio ser, surgían el amor, el terror, la piedad, el dolor, la admiración y todas las demás abstracciones imprecisas que tornan peligrosas, grandes y soportables nuestra vidas efímeras. De ellas surgían los trasportes, gruñidos, hipos y carcajadas de la diversión corriente de la tierra; y aunque a menudo lo que las palabras significaban era deliciosamente divertido por sí mismo, en aquella época casi olvidaba que me parecían mucho más divertidas la forma, el matiz, el tamaño y el ruido de las palabras a medida que tarareaban, desafinaban, bailoteaban y galopaban. Era la época de la inocencia; las palabras estallaban sobre sí, despojadas de asociaciones triviales o portentosas; las palabras eran su propio ímpetu, frescas con el rocío del Paraíso, tales como aparecían en el aire. Hacían sus propias asociaciones originales a medida que surgían y brillaban. Las palabras "Cabalga en un caballito de manera hasta Banbury Cross" (Ride a cock-horse to Bandury Cross), aunque entonces no sabía qué era un caballito de madera ni me importaba un bledo donde pudiera estar Bandury Cross, eran tan obsesionantes como lo fueron más tarde líneas como las de John Donne: "Ve a recoger una estrella errante. Fecunda raíz de mandrágora" (Go and catch a falling star. Get with child a mandrake root), que tampoco entendí cuando leía por primera vez. Y a medida que leía más y más, y de ninguna manera eran sólo versos, mi amor por la verdadera vida de las palabras aumentó hasta que sabía que debía vivir con ellas y en ellas siempre. Sabía, en verdad, que debía ser un escritor de palabras y nada más. Lo primero era sentir y conocer sus sonidos y sustancia; que haría con esas palabras, como iba a usarlas, que diría a través de ellas, surgiría más tarde. Sabía que tenía que conocerlas mas íntimamente en todas sus formas y maneras, sus altibajos, partes y cambios, necesidades y exigencias. (Temo que estoy empezando a hablar vagamente. No me gusta escribir sobre las palabras, porque entonces uso palabras malas, equivocadas, anticuadas y fofas. Me gusta tratar las palabras como el artesano trata la madera, la piedra o lo que sea, tallarlas, labrarlas, moldearlas, cepillarlas y pulirlas para convertirlas en diseños (secuencias, esculturas, fugas de sonidos que expresan algún impulso lírico, alguna duda o convicción espiritual, alguna verdad vagamente entrevista que tenga que alcanzar y comprender). Cuando era niño y empezaba a ir a la escuela, en el estudio de mi padre, ante deberes que nunca hacía, empecé a diferenciar una clase de escritura de otra, una clase de bondad, una clase de maldad. Mi primera y mayor libertad fue la de poder leer de todo y cualquier cosa que quisiera. Leí indiscriminadamente, todo ojos. No había soñado que en el mundo encerrado dentro de las tapas de los libros pudiese ocurrir cosas semejantes, tales tormentas de arenas y tales ráfagas heladas de palabras, tales latigazos a la charlatanería y también tanta charlatanería, una pez tan tambaleante, una risa tan enorme, tantas y tan brillantes luces enceguecedoras que se abrían paso a través de los sentidos recién despiertos y se diseminaban por todas las páginas en un millón de añicos y pedazos que eran todos palabras, palabras, palabras, cada una de las cuales estaba viva para siempre en su propia delicia, gloria, rareza y luz.
Escribía infinitas imitaciones, aunque no las consideraba imitaciones sino más bien cosas maravillosamente originales, como huevos puestos por tigres. Eran imitaciones de lo que estuviera leyendo en ese momento; Sir Thomas Browne, de Quincey, Henry Newbolt, las Baladas, Blake, la Baronesa Orczy, Marlowe, Chums, los imaginistas, la Biblia, Poe, Keats, Lawrence, los Anónimos y Shakespeare.

Giuseppe Ungaretti

Distante
Versa, 15 Febrero 1917
Distante en una tierra distante
como a un hombre ciego
ellos me han abandonado

Soldados
Se está como
en otoño
sobre los árboles
las hojas.

Una paloma
De otros diluvios 
una paloma
escucho.
  
Dormir
Quisiera parecerme
a este lugar
echado
en su camisa de nieve

Mañana
Me ilumino
de infinito

Silencio estrellado
Y los árboles y la noche
No se mueven ya
Sino por los nidos.

Yannis Ritsos

A mí -dice me coges...                         
A mí -dice- me coges.
A mí me encierras
me matas.
¿Puedes coger aquel pájaro?
¿Puedes matar
el aire que escondo
entre mis uñas?



Alejamiento
Desapareció al fondo de la calle.
La luna había salido ya.
Un pájaro sonó entre los árboles.
Una historia corriente, simple.
Nadie había notado nada.
Entre las dos farolas,
un gran charco de sangre.

¿De verdad? ¿Has recibido carta?
¿De verdad? ¿Has recibido carta?
Rómpela
luego la recogeremos
trocito a trocito
la pegaremos
y la leeremos.
¿Escuchas los disparos?

El guante que llevas...
El guante que llevas
no puedes examinarlo
por dentro.
Tienes que quitártelo
volverlo del revés
entrada la noche
en la estrecha habitación
ya que todo el día habrás saludado
a propios y extraños
con la mano desnuda.

En el espejo...
En el espejo
en su esquina derecha
encima de la mesa amarilla
dejó las llaves.
Tómalas. No abre el cristal.
No abre.

El sospechoso
Cerró la puerta con llave. Miró hacia atrás con desconfianza
y se guardó la llave en el bolsillo. Le detuvieron en esa postura.
Le maltrataron durante meses. Hasta que una noche confesó
(y quedó demostrado) que la llave y la casa
eran suyas. Pero nadie pudo entender
por qué había escondido su llave. De modo que
a pesar de habérsele declarado inocente, siguió siendo
sospechoso para todos.

Hugo Mujica

Bajo los techos
Bajo los techos
se oyen respirar los sueñosen el callar de la noche; 
en la calle 
un niño,
sin sombra ni rumbo, 
recorre el vacío de dios, paso a paso
desanda su esperanza.


35.
Un ciego buscando con sus manos
sus manos sobre el espejo:
me he mirado en muchas pupilas
pero sólo me nazco de espalda a mis ojos

Horizonte
Es la hora más lenta,
es crepúsculo
y un par de relámpagos
destellan un horizonte.

Descalzo, sobre la arena

tibia,
un niño corre tratando
de atrapar gaviotas.

En la noche,
la lluvia borrará las huellas,
iniciará un desierto,regalará el olvido.



Trazos
la luna traza treguas en las noches, 

bordes
entre una sombra y otra sombra, 

bajo su luz, un perro 
apedreado 
sangra un reguero, 
traza una profecía. 

abajo, o adentro de la noche, 
un ciego camina
leyendo 
con sus manos el vacío en cada grieta, 

palabra a palabra 
avanza hacia el final, vacío a vacío 
descifra todo destino. 

Lluvia sobre la lluvia
Al fondo,
sobre una mesa, debajo de
un árbol desnudo,
una taza
desborda la lluvia.

Desborda, cae, y dibuja un charco,
un espejo, una vida.

Horacio Benavides

El reloj
El reloj
es un pájaro
disecado vivo

Un pájaro
que picotea
y picotea
el tiempo
sin romperlo

El reloj
es un dios caído
y torturado



El cerdo
El cerdo entra en el poema
como una ofensa
pero nadie sabe
que el cerdo también reza

Al final del verano
cuando las golondrinas
arrastran el paracaídas
de la lluvia
el cerdo se sale de sí:

da vueltas salta grita
aplaude el universo

Murciélago
Bébete la noche
extensión de gracia
para la feliz letanía
de tus alas

Sobrevuela la bestia dormida
abanícala con tus párpados
lame en su lomo la linfa
el palpitante ojo del agua

Y ármate contra el mundo
mendigo dios de la dicha
que ya viene el día

Jorge Boccanera

Apuntes
y te recuerdo madre 
como cuando la única luz era tu sombra

Ensayo breve sobre la honestidad poética
no es que los poetas mientan 
es que los mentirosos 
quieren hacer poesía

Comentarios 
dos niños que se miran 
interrumpen el mundo

Del oficio de la poesía
Hay que incendiar a la poesía
y cantar luego
con las cenizas útiles

Gustavo Adolfo Garcés

Infancia
La infancia
regresa en silencio
siento que me aprietan
las manos de mi padre

Los esqueletos
Al parecer
los esqueletos
se arman con huesos
de gente muy pobre
personas que nunca tuvieron
dónde caerse muertas

Mediodía
En lo alto del andamio
almuerza el albañil
el viento agita los tablones
y quién sabe qué cosa
excita el apetito de los gallinazos
que parecen más bien almas de Dios
ángeles negros cuidando a su muchacho

Blanco
El blanco lo aprendí
de las enaguas

Elegía
¿No es el viento
José Manuel
el que juega
con el viento?

Abuelo
En las noches
por el ruido
de tu respiración
te sabíamos
presa de fantasmas
     pero los mediodías
te llegaban
con un calor dulce
y dormías como un ángel
     con quién sueñas
Francisco
ahora que llevas
tantos días de siesta

Habitación
De no ser por el televisor
todo sería sigilo
y silencio
     las imágenes del noticiero
se repiten en la jarra de agua

***
La antena que trae
las noticias de la guerra
está llena de pájaros

Juan Manuel Roca

Epigrama del Poder
Con corona de nieve bajo el sol
cruzan los reyes.

Mery Yolanda Sánchez

Miedo
Sentir por las piernas
la respiración
del compañero desaparecido.

Jorge Cadavid

Álgebra 
La mosca en la red de la araña 
intenta resolver la ecuación 
despejar la incógnita 
entre esta álgebra transparente 
La mosca improvisa una métrica 
perfecciona hasta la filigrana el nudo 
inventa paso a paso el error 

Fábula 
Las hormigas han hecho camino 
por entre las letras 
Oigo su marcha segura 
por los renglones 
Cada una carga su sílaba 
y la deposita en el espacio 
vacío de la página 
No entiendo qué hace aquella solitaria 
lejos del camino 
con una palabra diez veces 
más grande que ella 
sobre su espalda 

Mímesis 
Las cosas habitadas 
por las palabras 
Basta nombrarlas 
para verlas moverse.

Blanca Varela

A rose is a rose
inmóvil devora luz
se abre obscenamente roja
es la detestable perfección
de lo efímero
infesta la poesía
con su arcaico perfume

Ejercicios

I
Un poema
como una gran batalla
me arroja en esta arena
sin más enemigo que yo
       yo
y el gran aire de las palabras

II
miente la nube
la luz miente
los ojos
los engañados de siempre
no se cansan de tanta fábula

III
terco azul
ignorancia de estar en la ajena pupila
como dios en la nada

IV
pienso en alas de fuego en música
pero no
no es eso lo que temo
sino el torvo juicio de la luz

Cristina Peri Rossi

Bitácora
No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.

Anna Ajmátova

El oro se oxida, el acero se pudre, 
el mármol se desmorona. Todo está listo 
para la muerte. 

Lo más firme sobre la tierra
-la tristeza-
es una palabra magnífica.

Jesús Aguado

Definición de la tristeza 
Definición de la tristeza:

Los árboles no comen de mi mano
como las palomas. 


La poesía de los objetos 


José Asunción Silva

Vejeces
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
son de laúd, y suavidad de raso.¡Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo,
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores,
por eso a los poetas soñadores,
les son dulces, gratísimas y caras,
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas!

Horacio Benavides 

La casa
Siempre entramos en la casa
Con los ojos cerrados
La casa nos toca de seda
Nos viste de armadura
No hay teléfono
más extenso que el suyo
ni talle más pleno que su luz
De la cama subimos
al aroma del tinto
del tinto por las ramas
al mantel perdido
Una voz nos llama
desde la sangre
es el árbol el que habla
en el centro del patio
Tomamos entonces
El lento ascensor de la sombra
mientras la mano cae
en la forma pura del agua
Tan dulce nos oprime la casa
que la llevamos a cuestas
como la tortuga

Manzana
Vuelta sobre sí
ceñida
separada de todo
y unida a todo
por una luz ligera
en la mesa
la manzana
piedra y aire


Rafael Courtoisie

El café
“Aceite funéreo”,
lo llamó César Vallejo.
Sin embargo el café es una parte de la noche
la parte más despierta, la que se aleja del sueño
la parte tenebrosa.
Leche negra, el café, leche de sombra, alimento 
de monstruos
vino absurdo del otoño 
agua del odio.
Para estar despierto, para vigilar, para matarse
el café.
Líquido negro.
En el alma no hay lugar para la dicha.

Se toma el café, su vigilia erecta
su ronca voz
su corazón negro.
Se toma el café, su eficiencia.
Una taza de café, un pocillo
un sorbo.
Se toma el café. Una dosis.
El café. Un poco.
A la mañana, el grito del café, su grito oscuro
a la mañana,
cuando hay que despertarse
el grito del café 
un gallo líquido.
Su canto negro.

Las naranjas
Putas redondas, pelotas
llenas de hambre sexual, de una luz sometida
sin tiempo, de una vida agridulce
de la pasión idiota
de unos pocos momentos, del amor de un minuto
de la sombra, del sexo de los gajos
de la cáscara.
No se parecen al sol, no son como la luna
se parecen al atardecer, se parecen al viento
cuando sopla sobre las rocas, cuando habla el 
silencio. 
Tienen una virtud: son locas.
La frescura y el dolor se parecen.
Las naranjas dementes no tienen pelo, no tienen voz
no tienen sentimientos.
Las naranjas son frescas, locas y frescas
como el jugo del pensamiento

La cuchara
La cuchara es la fruta más extraña del mundo. No 
se come. Sin embargo se lleva a la boca, tiene cáscara 
y es como la ilusión, dura y violenta.
La cuchara se mete en la sopa y la asusta. Se 
mete en el arroz y lo hiere, se mete en la harina y 
la muerde.
Sin embargo, no tiene dientes.
La cuchara no expresa sus sentimientos, es como 
el corazón de Dios, que está dormido y alegre, que 
no se mueve, que es duro pero se puede tocar, que 
no siente.
La cuchara no siente. El frío y el calor no la molestan. 
Es necesaria sí, para la vida del hombre, pero también es rara.
Tanto, que no tiene temor de las estrellas, ni de las 
moscas, ni del tiempo eterno.
La cuchara vive sin saberlo, entre los otros cubiertos, al lado de los cuchillos filosos y de los tenedores 
ciegos, al lado de las tazas frías y junto a las papas 
violentas. Las cucharas se burlan del aceite.
Las cucharas son mujeres sin cuerpo, mujeres sin 
sentido, mujeres sin tiempo. Herramientas poderosas de un sutil recuerdo, de una mirada fugaz, de la 
voz de los muertos.
Las cucharas llevan la voz de los muertos en el 
té, en el caldo. Las cucharas recuerdan. Y no tienen 
miedo.
Si ves una cuchara, sigue de largo. Piensa en 
la luna que vive feliz y blanca sin cucharas que la 
molesten. 
Una cuchara es como el metal del silencio, dura 
y terrible, sin dueño.

Un huevo
Al romperse amanece.
¿El sol tiene cáscara?
Su piel quebradiza
calcárea, débil
recuerda la palabra
oculta del paraíso.
¿Qué fue primero
la gallina o el huevo?
Adán y Eva
y el huevo, el origen, el pecado
original, envuelto en paños de sombra
en brocados. En terciopelo negro
que se desgarra.

¿Qué fue primero?
¿El sol o los malos?
¿El sol tiene cáscara?
Al golpear el cuerpo del huevo contra un borde duro
–el horizonte de la sartén, la mandíbula sin dientes, 
la quijada curvilínea de la olla–
amanece el sentido
el sol del sentido, la yema
de las palabras.
Al romper un huevo
sale el sol del sentido
el sentido de la cáscara
la luz de la conciencia
el acto de la palabra.

Al romper un huevo se dice algo
el silencio parte su cáscara.
Sale inmenso el sol
del lenguaje.
Al romper un huevo se rompe un astro
y da leche de Dios, sangra un dolor extraño
el dolor de decir, la grieta de la cáscara
rezuma sonido claro.
La albúmina, lengua de la semántica
la pura calma del sol, la mañana
en el plato.

Gustavo Adolfo Garcés

Oración 
En la carreta
que remolca el buey
van las montañas

Jorge Boccanera

Cuchara
Nace del verbo dar,
como si el corazón tuviera mango.
Está hecha de lo que le falta, Jamás
se guarda nada para sí.
Podría medir el mundo, acunarlo, transportar
su misterio, sus campanarios de agua de una orilla
a la otra.
Más humana que un perro.
Más a mano que Dios.

Jorge Luis Borges

Las cosas
El bastón, las monedas, El llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido

La luna
A María Kodama
Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.

Nelson Romero Guzmán
(Ataco, Tolima, en 1962)
De Apuntes para un cuaderno secreto (2011)


CENTINELA
Un gato en mi escritura no me deja escribir. Le lanzo tres versos para espantarlo, pero él los desescribe en perfectos arañazos.
Es más que una escritura negra, llena de pelos, con los ojos del iluminado. Cuando en la casa huele a infierno, es porque el gato ya empieza a escribir, lo sé cuando se ovilla con las palabras que no permitirá que nadie escriba, porque pertenecen al mundo de sus propios misterios. Sabe, más que los críticos, que la escritura es un robo despiadado. Si el gato no se ovillara así, moriría en puros huesos. Alumbraría. En mi escritura el gato es un centinela, se arquea furioso en la puerta del infierno. Sólo aguardo a que el sueño lo venza, es el único instante en que puedo ser yo mismo y no debo malograrlo. Sin hacerle ruido escribo, aunque el gato tiene el poder de soñar con los plagios. Pero esta vez parece que no ha soñado, su mente está en blanco, el blanco más perfecto para la escritura. 
En lo más blanco ronronean estos versos. 


28
Sin escribir escribo,
salto e esta tapia al patio ajeno 
a robar los melones encendidos

robo 
para ser inocente

que Dios se perdone así mismo
si quiere de verdad perdonarme. 








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